KORKULA Y PENÍNSULA DE PELJESAC (CAP. III)

Arranca uno de nuestros días más intensos en Croacia. Por primera vez vamos a experimentar lo que todo viajero debe experimentar cuando se sumerge en cualquier rincón del mundo. Vamos a conocer la particular forma de conducir de los croatas. Por propia experiencia diré que no es ni por asomo, a pesar de las semejanzas en otros aspectos, como la conducción “a la griega”. En fin, sin enredarme demasiado hoy comenzamos el día con un plan, “a priori”, perfecto.

Es 14 de agosto, y sábado. Como aquí el sol ya calienta desde bien temprano, a nuestra niña se le despiertan los sentidos de buena mañana, por lo que el despertador se hace totalmente innecesario. Tras el habitual avituallamiento, nos disponemos a recoger nuestro coche alquiler. Desde España habíamos contactado con una agencia croata (HM Rentacar) que por un módico precio nos ofrecía un Skoda Roomster por poco más de 500 Euros, un buen trato comercial si tenemos en cuenta que en compañías internacionales los precios rondaban los 1.000 – 1.200 Euros. Como no tenemos claro si han entendido la hora de recogida (nos traían el coche a domicilio), hacemos que nuestra amable casera llame por teléfono a nuestro contacto y, para nuestra sorpresa, ya se encuentra bajo nuestra ventana con el coche listo y dispuesto para hacernos entrega de las llaves. Así que muy satisfechos por la eficacia del servicio nos disponemos a iniciar la aventura sobre ruedas.

El planning del día es: de Dubrovnik a Ston, de allí a Orebic, tomar un ferry a Korcula y luego la vuelta a casa. Por motivos logísticos y, sobre todo, por no hacer muy pesado el regreso, decidimos no parar en Ston a la ida, y dejarlo para el final.

La primera impresión es que aunque las distancias son cortas en Kms. son larguísimas en tiempo. Nuestra primera etapa era de poco más de 100 kms., que finalmente hacemos en 2 horas y pico (el pico que cada uno lo interprete como quiera). Son carreteras con infinitas curvas que nos hacen bastante pesado el camino aunque lo intentamos sobrellevar con las fabulosas vistas que nos regala la costa Dálmata. Por cierto ¿dónde diablos repostan los coches croatas?¿qué combustible consumen?¿son eléctricos? Porque encontrar gasolineras no creáis que es cosa fácil y más aun cuando la imperceptible simpatía de los autóctonos nos indica donde encontrar una estación de servicio.

Gracias a Dios la peque hace casi todo el viaje dormida Y entre curva y curva llegamos a Orebic.



Nos sorprende que aquí todo sea más pequeño de lo que imaginamos, pero es un pueblo con mucho encanto y, por supuesto, bañado por el Adriático, ese mar de color verde-azulado, que nos deja embobados desde que llegamos.

Compramos los billetes para el Ferry que nos llevará a Korcula. Hemos tenido suerte y no hay nada de cola, así que dejamos el coche de los primeros para embarcar.




Tras pocos minutos, 15-20, desembarcamos en Dominice, un puertecito a pocos kilómetros de la ciudad que da nombre a la isla: Korcula. Nos perdemos un poco (eso también suele ser parte del atractivo de un viaje en coche por un país que no conoces y un idioma que no hablas), pero “San GPS” nos encuentra rápido. Y así llegamos a este encantador pueblo. Aparcamos rápidamente en una calle donde todo indicaba que no se podía estacionar, pero la vida sin riesgos es aburrida , así que decidimos darle un poco de emoción a la excursión.

Primero nos decantamos por comer algo, eran cerca de las 3 de la tarde, y la baby casi rompe a hablar para decirnos que ¡por Dios! le demos algo ya para consolar a su pequeño estómago. Con tanto turista europeo no es fácil comer a las 3 de la tarde. En algunos sitios ya está cerrada la cocina, pero por fortuna encontramos una especie de pizzería en la que nos pusieron unos tallarines con salmón deliciosos y unos macarrones con pulpo que nos dejan más que satisfechos (la peque se toma su correspondiente potito).

Y así, con el estómago lleno iniciamos nuestro paseo por Korcula. Visitamos los puntos más importantes de la ciudad, incluida la Puerta Tierra, la Catedral, la Casa de Marco Polo... Pero lo que más nos gustó es su ambiente, su sabor medieval y marinero, sus calles escalonadas y estrechas, su tranquilidad (frente al bullicio de Dubrovnik).





La verdad es que nos encantó, nos quedamos con muy buen sabor de boca y recomendamos sin duda la visita a esta isla, y en concreto a este pueblo en el que nos habríamos quedado a dormir, sin pensarlo.

Decidimos tomar el ferry de vuelta a Orebic. Esta vez sí que hay algo de cola, pero entramos sin problemas en el Ferry, que puntualmente nos deja en tierra firme. Nos recorremos en coche todo el pueblo y marchamos hacia Ston. Por el camino (carreteras con curvas sin tregua, pero con vistas preciosas), decidimos parar junto a la calzada, en una ensenada de aguas tranquilas en la península de Peljesac. Puedes para el coche prácticamente al borde del mar y mojarte los pies casi sin salir de él. Nos dimos un refrescón (madre e hija) que nos sentó de maravilla. Nos relajamos un poco para dar de merendar al torbellino, que se hubiera quedado en el agua mucho más tiempo, pero debíamos retomar nuestro camino, aún largo e intenso.


Llegamos a Ston cuando ya anochecía, nuestro único objetivo era tomar unas imágenes de las murallas de esta ciudad. Dicen que son las segundas más largas del mundo después de las de China. Así que paramos a echar unas fotos, y aprovechamos para dar un paseo express y hacer unas compras. Ston es otro de esos pueblos en los que nos encantaría pasar una noche, sobre todo, por el ambiente que se respira.




Con el soniquete del llanto de la benjamina de la familia llegamos hasta nuestra casita de Dubrovnik, eso sí, agotados hasta más no poder. Por eso decidimos cambiar ligeramente los planes para el día siguiente. Y aunque habíamos proyectado una visita a Kotor (Montenegro) que se sitúa a unas 2 horas y media de camino, preferimos pasar el domingo sin hacer grandes distancias. Nos vamos a la cama pensando ¡ya veremos mañana lo que nos depara nuestra Ruta Croata!



Comentarios

Entradas populares